miércoles, 7 de febrero de 2018

MIÉRCOLES 7 DE FEBRERO, Y ahora ¿qué?

Violencia juvenil. Y ahora, ¿qué?
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Cuando nos encontramos ante casos como los que estamos viviendo en Bilbao estos meses, en los que adolescentes acaban matando a personas indefensas por robarles algo de dinero, un móvil o un reloj, la primera reacción no es tanto la ira como el estremecimiento. Nos da auténtico miedo pensar que un chaval de apenas 14 años, e incluso menor de esa edad, pueda haber matado a alguien, más si es premeditado y consciente de lo que está pasando, no un accidente. La pregunta que nos ronda es ¿qué está fallando? ¿cuál es el problema?
Y me parece un buen punto de partida hacernos esas preguntas. La respuesta fácil pasa por hablar de familias desestructuradas, barrios marginales, caer en el estereotipo «además, son gitanos» y culpar a un sistema que no ha hecho nada por impedirlo. ¿La solución? Más patrullas de policía, más control de servicios sociales. Y como, menos mal, estos casos no son frecuentes, nuestra conciencia queda tranquila hasta que vuelva a aparecer en portada un caso similar. Por el camino nos dejamos la reflexión de cómo daña profundamente a ese menor el delito que ha cometido, y cómo la sociedad entera ha quedado dañada, además de las víctimas. Porque es cierto que los primeros responsables de esos menores son sus padres, su escuela… pero cuando fallan ¿quién se hace cargo?
Proteger a los menores, proporcionarles un entorno seguro en el que desarrollarse como personas plenas es algo que nos inquieta, al fin y al cabo, son sólo chavales de 14 años, y no nos cabe en la cabeza cómo pueden haber acabado haciendo algo así. Y descubrimos que nuestra conciencia no está tan tranquila como parece cuando señalamos hacia otro lado, hacia una familia que ha fallado, una escuela que no ha sabido qué hacer, o los servicios sociales que no han respondido… Quizás por eso la reacción es miedo, tristeza, desconcierto, y no ira contra esos adolescentes, porque en el fondo reconocemos que la culpa de esos chavales se acompaña de un fallo de la sociedad que queremos construir, que no ha sabido o podido acompañarlos en esa situación de desamparo.
La pregunta «¿y ahora qué?» nos ronda, aunque no tenemos clara la respuesta. Pero ojalá estos casos nos ayuden a implicarnos un poco más, a ofrecer una sociedad más segura para los menores, en la que la violencia no sea un simple entretenimiento y nuestros adolescentes sepan que cuando todo falla a su alrededor, siempre tendrán a alguien cerca para acompañarlos.

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